Poema azaroso


Autor: David Blanco Barja

Y justo en ese punto dije: “vale”.

Amo amor, yo te saludo.

Yo te escucho.

Yo te conozco, bello astro rezagado, oculto entre las estrellas.

No te dejas ver pero influyes en las sístoles

y en las diástoles de todo lo que es bello, cierto y hermoso.

Leer tu cuerpo, como un libro, quiero. Beber de tu mente, como un falso líder, debo. Beber de la aurora, su tarde ensangrentada, en verde boreal. Saltar océanos de tiempo, fusionarse dentro del espacio y verter una vía láctea en tu universo. Así soy, como un Sol que, cuando nace, brilla en las entrañas del fauno. Así siento como todos los Lopes, las verborreas sumadas de sus De Vega. Así soy, parto y quédome en un suspiro. He ahí el cometa infausto que todo lo augura. 

Amo amor. Te escribo desde un escondite tan dorado como térreo, te escribo por todas las vidas que pasaron del “fue” al estar triste y prematuramente consumidas.

Amo amor que estás en los cielos.

Amo amor que secretamente deseas estrellarte contra las rocas de esta senectud discreta.

Amo amor que estás en los cielos. Amo amor que durarás mil años.

Te escribo desde la profundidad de este verso. Desde la certidumbre de aquellos que dicen languidecer habiendo sido olvidados por el mundo.Para ellos escribo… y para darle un buen uso a la palabra, limpia y sagrada que esconde una proporción áurea y suena como el martillo de Hefesto.

Golpeo y golpeo, doy un nuevo rumbo a la gramática, templo el oficio de escritor, de poeta inútil que, justamente por inútil, permanece aun siendo torcido y tensado por lo real.

Por si acaso, escribo. Escribo en el final de los días porque respiro letras y me alimento de libros y engullo los vocablos que luego degluto.  Por pura compasión son reconvertidos, escupidos  del buche literario, en prosa dulce.

Golpeo y templo mi alma al fuego de la metáfora más pura. Derramo ichor divino sobre la pluma así forjada y así escribo. Porque he de descubrirse el engaño. Porque me pesan todas esas letras que debo escribir, pesadas, grávidas, necesarias. Pero ¿qué son las palabras? Pequeñas porciones de adn que se recambian adoptando un significado, pura abstracción divina… ¿son acaso una extraña afición compartida con Homero? Sea el libro al que me dirijo aquella Ítaca perdida en la bruma del relato bueno y triste.

Escribo porque eres, escrito hermoso, escrito armado de amo amor, La Luz que espera al final del túnel. Voy hacia ti sin poder evitarlo, en rumbo de colisión, en rumbo fijado por una obsesión. La de clavar esta pluma forjada y poder frenar con ella, con esta fricción que desgarra estrellas,  este mondo – brutto.

¿Por qué me miras bello engaño? ¿Por qué ese rictus de duda lector omnisciente? ¿Por qué creo que algo te debo, epopeya infinita?

Esto creo; el Universo yace curvado en la palma de mi mano. Es un inmenso agujero sin límites, que según Loev, pudo haber sido por terceros mucho más allá, mucho mejores, mucho más avanzados. Seres literarios. De ese espacio/tiempo se escapa, de el fluye la ignorancia que alimenta su giro infinito, aquel que impregna la mitología. Vive dentro de “ello” una dulce inspiración. Midiendo bien mis pasos me inclino y esto veo en movimiento lo que así sigue:

Un metaverso de bibliodiversidad.

Una Yegua del Apocalipsis gritando “Lorca sabía”.

Un editor sobre su poltrona.

Un crítico convertido en poltrona.

Un muerto llamado Pericles que al que le es leído un discurso fúnebre.

Gárgolas correctoras. Bolaños que vienen y van entre Santiago y la Barcelona de Balcells.

A Maitreya por fin satisfecho. Un cardumen de cabezas correctoras. A la muerte antes de la muerte que revela cuál es su cometido.

Tántalo Blues. 

El infinito redactado en papel de culo. Los desastres de la novela. Todo definido a tinta fría. Una horda de autores noveles persiguiendo a Bertucho.

A Shakespeare y Cervantes resucitando juntos.

Un barquero que me devuelve la mirada (y las monedas)

A una traductora conservada en salmuera.

Todo este conjunto de absurdeces,

pueden ser también, amo amor,

poesía.

Pueden ser con todo, o no ser.

Ser en el mundo que nace desde la nada que todo lo ilumina.

Eso somos, retales de literatura reciclada.

Palabras de otro ser, en otro Universo, que perdieron la fe

y que se apagaron con su luz.

Un brillo que fue reescrito pensando en como poder transmutar tanta maldad,

(hablo de la real y de la potencial y de la sufrida en carne viva.)

Ahora que lo pienso, mi amo amor,

mi hermosura invisible,

si escribo puede que sea por poder transmutar, justamente

tanta maldad. Abunda por doquier, es infinita.

Se escribe para poder iluminar en un bello trazo el alma de las cosas,  para poder nombrarla y que tomen ese cuerpo. Se escribe, yo escribo, escribo horadando con la pluma afilada como aquellos labios de Aleixandre,  las profundidades de la negrura que tanto precisan de ese brillo,

Repleto de seres fecundados, de ese algo ansioso por encender una tea, una chispa. Esa parte del padre azul que apenas es imaginada.

Siglo de las Luces. Lleno de escritores. Lleno de vida maleable y de sus sombras. Época en la que razón pudo ser la tracción del todo, una fracción una mota de polvo en un disco protoplanetario. Un mundo nuevo creado entre luminarias y sangre, un mundo intoxicado de minorías dañinas y absolutistas que es contemplado con sigilo por otros ojos no envidiosos sino creyentes en el Padre Azul.

Porque, en definitiva, somos seres que se piensan, bellos engaños convertidos en formas que estallan como pompas en las manos del destino, en una bañera universal donde el niño dios nos sopla, donde juegan con nosotros, donde cada pompa es un Universo, donde hay muchas pompas que se intuyen pero que no se tocan enfundadas en un agua que las tensiona y las junta, en un agua que las separa y las une  que tira de ellas.

Y esa contemplación de lo inefable, nos transforma, nos funde como un humor vítreo de colores en un tornasol prendido, al rojo vivo.  Sumidos en el sueño de la razón, somos vitral, separados por estaño y plomo, dormidos, volamos por el mundo, pero no lo sabemos porque somos el mismo mundo que yace bajo el mismo  cielo azul. Pero no lo sabemos. Porque fuimos, pero no lo sabemos. Porque somos observados y en nuestra ignorancia tan infinita como el cosmos, todo sabemos ¡oh sabio!, todo lo ignoramos.

Matamos el clima, forzamos el colapso de nuestra función de onda, bendito reclamo de lo ignoto. Bailamos al ritmo de la tabla y del sitio y de nuestro baile surgen realidades, ficciones, mundos literarios, nebulosas intelectuales y crueles cursores que bailan absortos en lo suyo.

Porque en verdad nos fue dicho (y lo repetiremos): «cantad hondo vuestro dolor hermanos, porque el creador está al toque y hoy toca soleá de conciencia“.

Porque en la humildad del copo de nieve, porque en la soledad del corazón de la hormiga que también siente a dios, tomamos la forma de un pensamiento. Mientras, sonríes. triste loco que escribe estas líneas que tú también sientes y no te atreves a plasmar pues eso soy pluma sin consciencia, sin vergüenza… alma prima de escritor, amo amor enclaustrado.

Y porque escribo, me gusta y me reconforta poder pensar en cosas imposibles, imaginar que una piedra toma vida y me da cuenta de todas las cuitas y la zozobra que supone ser piedra, material inerte, pero solo en apariencia.

En esto estaba, hablando con la piedra cuando tuve una revelación; la Creación es consecuencia del aburrimiento divino.

Ayer en la noche, cuando apenas esbozada mi testamento vital tuve una nueva visita de mis hermanos del cielo infinito; vinieron a hablarme de aquello que está por venir. No les hizo falta una zarza ardiente ni ningún otro subterfugio.

Solo aparecieron,  volando en el cielo como una extensión de la historia pues aquí están los ángeles misteriosos que yo sabía que no eran. Primero se me presentaron en sueños porque nunca, nunca podría dudarse de la profunda verdad contada que subyace fuera de la vigilia.

«Saludos habitante del inframundo». «Confiamos en ti para que unas a otros seres profundamente dormidos y lo escribas.”

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